Ya no sé hace cuánto tiempo regresé a la ciudad. La única certeza que tengo es que no pude salir de este inmundo cuarto ni levantarme de la cama. Sólo distingo los días de fiebre de los de delirios; todavía no me resolví en la tarea de abrirme paso en esa masa pegajosa que llamamos mundo, y me da escalofríos de sólo pensarlo…
Por momentos los recuerdos acuden a mi mente, tan fuertes como las réplicas del electroshock, tan nítidos que atenúan el alzhéimer…recuerdos de algún lugar perdido de Centroamérica, de parajes escondidos. Pero siento que hay algo que persiste, que quedó grabado en mi mente por más que no pueda hilvanar concientemente las ideas: una experiencia con el Ejército Zapatista de Liberación Nacional EZLN que no puedo terminar de esclarecer.
El primer destello me devolvió a algún recóndito lugar de la Selva Lacandona, en Chiapas, México. Entre los gigantescos árboles que pintaban el húmedo escenario pasaba un arroyo. Un-impersonal-arroyo. Nosotros estábamos todos en la misma orilla. Mirándonos, mirándolos. Creo que ellos también nos miraban. A la ronda le siguió el ritual, y minutos después nos fuimos dispersando –pero para volvernos a juntar, más unidos que nunca-.
El tiempo se sentía distinto, los olores, los colores, el cuerpo, la vida toda también. Sentado entre las piedras y el agua, me dejé vencer por una fuerza que me llamaba del otro lado. Antes de entrar, recuerdo que un escarabajo montado a una tortuga me repitió un refrán que dicen los viejos: “A pueblo que fueres…”
El salto no fue tan abrupto; la selva seguía ahí, el arroyo también, la vida más todavía, pero estaba en otro lugar.
La espalda mojada sobre el pasto y el olor al rocío indicaban que estaba amaneciendo. Abrí los ojos lentamente, mientras me levantaba con la fuerza de los codos, que se hundieron levemente en el barro. Una vez sentado, me di cuenta de que no estaba solo. Cinco indígenas que estaban a mi alrededor me ayudaron a levantarme y comenzamos a caminar. Me sentía cómodo y a la vez extraño. Mis manos pesaban más de lo acostumbrado y mi andar era más lento. Mi mirada fija parecía perdida y sin más tiempo que el presente, sin más preocupación que la que imprimen los ritmos naturales...al menos hasta que aparecieran los Otros…
Comenzamos a caminar por los senderos que se abren por la selva y los eternos silencios sólo eran interrumpidos por breves comentarios. Extrañamente comprendía todo lo que hablaban en su idioma, el tzotzil.
Juan tomó la delantera y lo escuché recordar mirando al horizonte. Se remontaba a las épocas en que toda la tierra a nuestro alrededor era de una sola persona, su patrón. Todos ellos trabajaban la tierra por migajas, pasaban hambre y sufrimientos para que él se enriqueciera cada vez más. Tan poderoso que se sentía…pero llegó ese día en que todo cambió: los indígenas tomaron la tierra y ahora es de ellos, de quienes la trabajan. Ahora son de propiedad comunal y cada familia trabaja su parcela para mantenerse. No les sobra nada, excepto dignidad…
En un tzotzil casi perfecto le pregunté sobre esos cambios:
Me contó del 1º de enero de 1994, día del levantamiento armado del EZLN, que no fue para matar o morir, sino para hacer escuchar un reclamo que llevaba más de 500 años. “Fue una medida última, pero justa”.
Exactamente el mismo día que los de arriba, los del Mal Gobierno, ponían en marcha el Tratado de Libre Comercio con EEUU, ellos irrumpían sobre las ciudades más importantes de la zona y sacaban a luz sus reclamos, mientras avanzaban sobre las tierras de los grandes terratenientes, para volverlas a sus legítimos dueños. La respuesta del gobierno fue contundente: movilizó más de 12 mil soldados a la zona de conflicto; aviones y helicópteros bombardearon comunidades sospechosas de brindar apoyo y los desplazados se contaron por miles. Diez días después, con un saldo de 200 muertos y miles de heridos, gracias a una gran movilización de la sociedad civil, se estableció el alto el fuego, al menos formal. Aún así, ese fue solo el comienzo…
Los árboles casi no dejan ver el cielo, que sólo se asoma por entre las ramas; pequeños pedazos de azul entre tanto verde…grieta en esta celda de libertad… siento el agua hasta los tobillos, y el frío deja lugar al placer…
Sentado en la cama, poco a poco recobro el sentido, pero no puedo dejar de pensar en esos recuerdos desarticulados que aparecen y me dejan. Necesito ayuda, no hay dudas. Busco mi vieja agenda roja y lo encuentro: Hernán Ouviña, es autor de “Zapatismo para principiantes”, libro ideal para llenar los baches de una crónica dispersa. Por suerte accede a mi pedido de auxilio y una hora más tarde salgo para su encuentro en un bar céntrico.
Me espera leyendo. Viene de dar una clase pública en Diagonal Norte y Florida. Así es, pública, para todos. Repartía apuntes e ideas sobre la historia de los indígenas de nuestro suelo a todo aquel que quisiera. Al ver mi rostro casi desfigurado por las horas de desvelo inconciente, se apura y encara el tema que me tiene prisionero: “Ellos no son guerrillas, sino un ejército comunitario. Son comunidades en armas, por eso se llaman EZLN, porque no es una mera guerrilla clandestina integrada por revolucionarios profesionales, sino que son comunidades enteras que se armaron para la autodefensa, para decir ´ya basta´y tratar de construir otra realidad en sus territorios.”
Mis recuerdos se superponen con sus palabras, pero no dejo de atender a ninguno de los dos estímulos. Tengo la impresión de que es necesario conectarlos y revivirlos…
Juan, los otros y yo pasamos horas trabajando la milpa – espacio de tierra comunal-, hasta que el sol comenzó a bajar y emprendimos la vuelta. A nuestro regreso, vimos que nueve visitantes –fácilmente distinguibles por sus caras de güeros y sus mochilas de viajeros- se estaban instalando en carpas. Parece ser una práctica normal en el Caracol , el punto de encuentro entre los zapatistas y el mundo y de los zapatistas entre sí. Los visitantes son bienvenidos para conocer esa otra realidad que intentan construir…
“El autogobierno que lograron es fundamental, porque la decisión política, que para nosotros es algo totalmente desvinculado de la realidad, para ellos es una práctica del día a día. Ellos dicen que se han logrado quitar de encima a ese parásito que se llama gobernante, porque no hay partidos políticos, sino que las propias comunidades a través de asambleas e instancias donde participan casi todos, se involucran y toman decisiones que los afectan como espacio de autogobierno. Cada comunidad elige a sus representantes, que no cobran salarios y tienen un mandato específico; si no lo cumplen, pueden ser revocados. La idea es que vayan rotando.
Las comunidades se aglutinan entre sí por una filiación lingüística, étnica, geográfica y conforman un municipio autónomo en rebeldía. Varios municipios se juntan en torno a una Junta de Buen Gobierno, que sería la instancia regional de autogobierno.”
Con las frases de Ouviña empiezo a entender qué me llevó hasta ahí, qué mantenía mis ideas en incontrolable movimiento. Debe haber sido el intento de reconstruir ese otro mundo que están caminando los zapatistas, y que inspira a muchos más…
Los nueve güeros del Caracol eran argentinos. Unos más, otros menos, llegaron para aprender y conocer más sobre el movimiento. Poco tiempo después, los recibió la Junta de Buen Gobierno para abrirles sus puertas. Escuché la charla desde la entrada, me sorprendía que el órgano máximo de gobierno regional reciba a nueve pibes cualquiera, si acá los gobernantes no reciben ni al que le deben su existencia…
Primero les contaron sobre las Escuelas Rebeldes Autónomas Zapatistas, una de las prioridades, ya que Chiapas era, en 1994, el Estado con mayor analfabetismo de México. No hay profesores que tienen que guiar a los “sin luz” por el camino estrecho del conocimiento, sino que son “promotores” de educación, que lo hacen por gusto y vocación, que deciden caminar aprendiendo. Cada comunidad decide qué aprender, lo que necesita para desarrollarse y no vivir en el engaño…una de las pautas es trabajar mucho en equipo y se trata de vincular los contenidos con la forma de vida que se respira en cada una de las comunidades.
También charlaron de las Clínicas Autónomas, que tratan de recuperar la cosmovisión Maya, la tradición de medicina natural y complementarla con la occidental, pero sin someterse totalmente a ella.
En las escuelas y clínicas se recibe a todo el mundo, sean o no zapatistas. Y son muchos los que llegan ante la ausencia del Estado..
La tertulia siguió por algún tiempo más. Instituciones reformuladas, caminos a medio andar y horizontes infinitos… rebelión anticapitalista que no aspira a la toma del poder de arriba ni le importa el circo politiquero... siempre construyendo nuevas relaciones sociales en la vida cotidiana, desde abajo...
Silencio-aturdimiento-silencio-jolgorio-atención, plena atención- Las vueltas colectivas y las casas personales compartidas. Los viajes profundos y hermanados; un tronco y un pie sobre el agua; ojos sin fin y marcas violetas que nos transportan entre los manantiales y piscinas jurídicas llenas de sabiduría de la selva. Y flores de Bach anunciando esa canilla abierta que no deja de correr, pidiendo que la cierren ante miradas extrañas.
Me alejé de la charla cuando comenzaron a despedirse. No sé porqué, pero corrí a toda velocidad para que no me vieran. Tuve que frenar de golpe antes de cruzar la carretera por la irrupción de un convoy militar. Diez soldados vigilaban soberbiamente los alrededores. Todos los días acechan y asedian a una comunidad pacífica intentando recrear sus modos de vida…un mega ejército lleno de prepotencia e intolerancia.
Pero los militares y paramilitares asesinos desplegados por la zona no son el único instrumento para frenar esa enfermedad rebelde llamada zapatismo, que afecta a más de 100.000 en Chiapas. Destinan millones de dólares en “proyectos” –que no existirían sin la amenaza de esa enfermedad- para competirle al zapatismo y a sus desarrollos autónomos y generar una fuerte presión psicológica en las familias zapatistas y en los que aún no lo son. Creo que por eso no me extrañó que un campesino no zapatista le estuviera agradecido al movimiento: “Desde que están ellos, el Estado nos trata mejor. Al menos nos dan algunas cosas, porque antes éramos invisibles para los gobernantes”.
Y el arquitecto satisfecho con su jardín, trepando lianas y descubriendo horizontes, mientras bajo sus pies un buscador no encuentra armas ni pipas, ni animales que le hablen---las gotas resbalando sobre dos palmas juntas, casi infinitas…mil aleteos que parecen uno..cuántos cuerpos escindidos…— lento y entendiendo—también euforia y carcajadas….silencio-aturdimiento-¿revelación?----- pregunta reformulada
Seguí mi carrera desenfrenada por la selva hacia ningún lado. Me alejé del camino lo más que pude, pero no lo suficiente. El ruido de mi andar y el peso de mis ilusiones renovadas deben haber molestado al soldado que estaba en la parte de atrás del vehículo. Cargó su arma, apuntó, y recibió la orden…
Levanté la cabeza del suelo y el escarabajo seguía ahí, apoyado en la tortuga sin riendas. Como si nada hubiera ocurrido……
“…haz lo que vieres”
Dr. Verné Burdein, y todos los que fue...
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