REVISTA DOCTOR GONZO

sábado, 8 de mayo de 2010

Metallica en argentina: Jinete Blazer


Hubo un tiempo que fue hermoso y me podía colar de verdad a recitales internacionales. Siempre existía un conocido, un oportunista, un portero que te hacía ingresar a cualquier espectáculo por menos del costo oficial.
Con el tiempo las cosas comenzaron a cambiar y llegaron empresarios que hicieron todo lo posible por sacarse de encima a ese público indeseable que no tiene ganas de gastar su dinero en tickets invaluables. Sin embargo, la visita de Metallica implicó que las puertas se abrieran una vez más por izquierda, a pesar de la adversidad que propone saltear el complejo control informático de la organización del evento.
Era jueves por la tarde y el calor del verano se volvía denso. Las remeras negras que vagaban por el barrio River no hacían más que condensar la pesadez. Metallica regresaba a la argentina después de más de diez años con disco nuevo y luego de aquella suspensión que dejó a todos con un nudo en la garganta. La productora del espectáculo una vez más nos negó acreditaciones, las entradas para la primera fecha estaban agotadas y no tenía dinero para abonar una reventa a $500.
Gran parte de la ciudad se encontraba de vacaciones y la concurrencia era ordenada; la policía poco tenía que hacer en el lugar. Para evadir las vallas que no me permitían llegar a Figueroa Alcorta, me acerqué a ofrecerle una gaseosa a un sujeto de pechera naranja; charlé con varios de ellos y más de uno tenía una propuesta incoherente, mientras que otros mantenían una pequeña diferencia con el soborno ofrecido. No quería darle mi plata ni a Ticketeck ni a un revendedor de entradas truchas, prefería dársela a ellos y pasar. Un Roca más tarde ya era el sobrino de alguien y estaba adentro del estadio para contemplar el show desde la platea alta ¿Estuvo mal lo que hice? ¿Es mi accionar incorrecto? ¿Mis medios son indebidos? ¿Está mal querer acceder a un show por menos plata de la que marca la tarifa? ¿Estoy fuera de onda? No, ellos están mal...

Jinete Blazer

En las pantallas laterales del escenario y de la mitad del campo apareció Clint Eastwood junto a Lee Van Cleef en el film del año 1966, “El bueno, el malo y el feo”, con la música de Ennio Morricone al palo que hacía aullar a la gente a punto de estallar; la adrenalina estaba lejos de consumirse y la revancha recién comenzaba. El sonido era estruendoso y no había nada de viento. La noche había caído con un cielo despejado y negro, como las remeras, como el escenario, todo negro.
El primer golpe a la mandíbula fue con Creeping Death, del álbum Ride the ligthing, un gancho preciso y contundente. Una catarata de acordes seguidos de ese riff que queda solo, que ruge como el motor de una Chevy Blazer negra que hace temblar el chasis, a punto de acelerar hacía una carrera que no tiene bandera a cuadros hasta que choca contra un muro de metal.
A partir de allí la máquina comenzó a recorrer una ruta infernal decorada con paisajes musicales de todas las épocas de la agrupación. Canciones que sonaban en stereo como un combustible inagotable que te permite viajar 80 kilómetros más aunque la aguja del tanque marque cero.
La lista de temas fue gigantesca, llena de clásicos, impredecible y ordenada: el baterista Lars Urlich la prepara minutos antes de comenzar a calentar en el tuning room, un cuarto climatizado con instrumentos para salir a escena con el auto ablandado y el motor caliente.
La camioneta rodó a toda velocidad por rectas veloces al son de Blackened y Whiplash, más lento y con mayor fuerza en trayectos empinados donde todos empujamos, como Sad But True y Hervest of Sorrow, y por tormentas psicodélicas como Cyanide, que dejaron a la multitud en silencio y con la boca abierta. También contempló bellos ocasos que todos vimos en Fade to Black y Nothing Else Matters. Los temas de su nuevo disco no eran tan cantados. Mucha gente de la era digital y las descargas gratuitas no se copa en escuchar el nuevo disco como en las viejas épocas.
El campo era de batalla donde se desarrolló la pacífica violencia que crecía en himnos como Enter Sandman y reventaba gargantas con Master of Puppets.
No recuerdo claramente en qué momento salté de la platea al campo, ni cómo llegué a la segunda fecha, pero todavía puedo sentir el calor del fuego que echaba el caño de escape en Fuel y más tarde en Battery; gas y batería para esa máquina rabiosa. Los covers elegidos para los bises fueron perfectos, Last Caress de la banda norteamericana de punk, Misfits, y Stone Cold Crazy de Queen. El final, con Seek and Destroy, con el cantante sin guitarra y abrazado con el público, una colisión inevitable contra ese muro negro de metal, una carrera hacia un golpe que parte al medio 60 mil cráneos de una sola vez.

Así fue que recuerdo haber visto a Metallica este verano. Fotos no tengo, no me quieren acreditar. El escenario donde tocaron es para destacar. Era muy austero pero hablaba por sí solo. El color negro recuerda a ese disco que marcó el antes y después en la historia de esta banda que desde el principio buscó tocar más rápido y más fuerte que los demás para luego pasar a un sonido más grave y denso, sin olvidar sus posteriores pasos por el hard rock, la sinfónica, y un disco feo que es St. Hunger. A pesar de los malos documentales con psicólogos y sus conflictos empresariales, la última producción, Death Magnetic (2008), los descubrió de regreso a sus raíces y a los buenos solos de guitarra.
Además, en épocas donde el video clip muere y la ausencia de ideas es normal, se despacharon con un corto en All nightmare long que muestra un documental soviético de carácter científico y militar sobre el Evento de Tunguska de 1908, una explosión aérea muy potente que ocurrió cerca del río Podkamenna entre Rusia y Siberia. En el video, la Unión Soviética conquista Estados Unidos y unas esporas de una especie desconocida reaniman a los muertos.
Lo demás, se sabe. Lars Ulrich es medio boludo, un frontman frustrado que roba cámara todo el tiempo y amaga con tirar sus baquetas al público como un gil ¡Pero como toca la batería el hijo de puta! Kirk Hammet se toca todo y Roberto Agustín Miguel Santiago Samuel Trujillo Veracruz Tercero ya dejó de ser el flamante bajista para ser el reemplazo de Cliff Burton y Jason Newsted. James Heatfield se mantiene grandote y en buen estado. La rabia no es la de antes y se comunica de una manera más pacífica y concreta con la audiencia. Sus palabras siempre son de fuerza y entrega para con sus fanáticos y eso lo hace familiar; ya todo el mundo afirma haberlo visto en Pilar llevando los chicos al colegio porque la mujer es argentina.
Fundada por un ex alcohólico y una ex promesa del tenis, Metallica es una banda que primero quiso matar a todos y que luego cabalgó hacia la luz, un grupo que no quiso ser títere de nadie y que buscó justicia para todos hasta llegar a un punto de inflexión negro, como las remeras, como el escenario, todo negro. Son jinetes que cargaron y recargaron llenos de furia para volver a sonar como esa banda de garaje que le canta a la magnética muerte, que en vivo suena como la mierda, en el buen sentido, y que no necesita del sonido delicado de una sinfónica para demostrarlo cuando las letras y los acordes están allí, con las notas de la historia que interpretan con orgullo, pasión y gloria.

Dr. Bersington

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