REVISTA DOCTOR GONZO

lunes, 10 de mayo de 2010

Caos y cultura del Cairo


Un aire denso se despliega ante mis fosas nasales mientras miro a lo lejos la nube de polvo que envuelve la ciudad. Estamos en El Cairo, Egipto, una de las ciudades más superpobladas del mundo. Mientras la camioneta se desplaza a toda velocidad por la autopista infestada de autos fuera de control veo un sol gigante que hipnotiza y me empiezo a marear entre los bocinazos constantes y las maniobras alocadas del conductor que intenta no llevarse por delante a los peatones que cruzan a lo kamikaze ante la falta de semáforos. Al salir de la autopista nos internamos en unas calles atestadas de gente, de mujeres con pañuelos cubriendo su pelo, algunas con burkas que les tapan la cara llevando canastos en sus cabezas y otros hombres con turbantes y túnicas de colores. El conductor los esquiva frenéticamente y me siento como James Bond en una de sus películas de acción en un lugar muy exótico.
Al fin llegamos al hotel donde pasaremos la noche y nos reciben muy cortésmente. Son las 22, mientras en Argentina son las 16. “Hay que conseguir libras egipcias”, pienso, y con mi compañero de viaje salimos a buscar una casa de cambio en una ciudad donde los carteles se anuncian con letras árabes y la gente habla en este idioma que resulta in entendible para mis oídos castellanos. En la esquina vemos una muchedumbre nerviosa, atenta a una radio compartida. De pronto, un grito en conjunto, vivaz y estremecedor retumba en toda la calle: Egipto le ganó a Argelia, su enemigo número uno, en la semifinal de la copa de África. Los hinchas inician un fuego ardiente que consume rápidamente la bandera del país contrincante y, emocionados, cantan y se abrazan con una excitación absoluta. De repente, la horda descontrolada se avalancha sobre nosotros obligándonos a correr hacia la avenida, donde los mismos autos desenfrenados de la tarde tienen que desarrollar sus mejores reflejos para no pisar a nadie. Acostumbrada a pensar que los hinchas de los clubes argentinos son los más pasionales, me asombro al ver la exaltación de los egipcios que cortan la calle y no paran de cantar mientras de unos lanzallamas disparan lenguas de un fuego enardecido como ellos. Egipto quedó clasificado para la final de la copa del continente, donde jugará con Ghana.
La alegría egipcia me recuerda a la de los mundiales, a ese clásico triunfalismo en el que los argentinos nos refugiamos tratando de ignorar nuestros pesares, pensando que de algún modo podemos ser el mejor país del mundo. Quizás los egipcios encuentran en el fútbol una vía de escape para la impotencia generada por la denunciada ausencia de la democracia, la pobreza y el contraste de clases, circunstancias que, al parecer, no van a variar mientras el mismo presidente continúe en el poder, como lo viene haciendo hace casi treinta años. Los que lo critican, sólo esperan la muerte de Muhammad Hosni Sayyid Mubarak, más conocido como Hosni Mubarak, para ver si un cambio es posible, aunque todo indica que su hijo tomará su lugar, continuando con la dinastía.
Pocas horas después, a las 6 de la mañana, nos despabilamos y salimos a la calle a buscar historias. Nos subimos a otra combi desenfrenada que se dirige a toda velocidad hacia un lugar inexplicablemente mágico. Ya las veo. A lo lejos se divisan, gigantes e imponentes, unas de las siete maravillas del mundo antiguo.
Llegamos. Mis ojos no pueden entender tanta perfección en un mundo tan imperfecto. A unos metros, contrastando con un cielo celeste sin nubes, se alzan las pirámides de Gizeh: Keops, Kefrén y Micerino. Ha sido un misterio hasta la actualidad cómo los antiguos egipcios fueron capaces de construir semejantes monumentos hace más de 5000 años, cuando no había máquina alguna que ayude a transportar los bloques de piedra hasta llegar a una altura de 146 metros, que es lo que mide la pirámide de Keops, la más alta de las tres. Existe una creencia generalizada -entre los que piensan que en Egipto te puede caer una bomba al lado a cualquier hora- de que las monumentales tumbas fueron construidas por esclavos obligados por faraones tiránicos que inculcaban sobre su pueblo un culto ególatra hasta el último día de sus vidas. Sin embargo, los egiptólogos contemporáneos desmienten esta versión, ya que es poco probable que los egipcios tuvieran esclavos en esa época, porque se trataba de una sociedad campesina. Además, tienen en cuenta que la creencia de que el faraón era una divinidad en la Tierra justifica el esfuerzo conjunto del pueblo para construir su tumba, ya que supuestamente éste era hijo del sol, que había tomado forma humana para guiar al pueblo y cuidarlos incluso después de la muerte, en el otro mundo... “Oh my God!”. Por otro lado, el historiador griego Heródoto, que visitó Egipto en el siglo V a.C., afirmó que para la construcción de la pirámide de Keops se conformaron brigadas de 100 mil hombres que trabajaron en turnos de tres meses cada uno y que cada trabajador se dedicaba a las tareas especificadas por su profesión, considerados como profesionales en su campo.
En todo caso, a los que se apenan por la supuesta tiranía faraónica durante la construcción de las pirámides, no les hace falta mirar 5000 años atrás, cuando actualmente parece haber un tirano disfrazado de mártir con todas las pruebas a la vista: ¿o acaso no es tiranía que una persona se mantenga en el poder durante casi tres décadas y que en el país donde gobierna el 40% de una población de 80 millones de personas viva con dos dólares diarios?
La organización, el esfuerzo, el legado turístico -que ahora es una de las principales fuentes de ingreso de Egipto junto con el petróleo y los impuestos del Canal de Suez- y su influencia cultural en todo el mundo, hacen que este pueblo sea digno de admiración hasta el día de hoy. Sin embargo, no puedo dejar de sentir una sensación de frustración cuando veo el caos de la ciudad, la basura desparramada y los chicos descalzos que piden monedas.
Vuelve esta sensación que sentí muchas veces, ante la inminente decadencia de la cual son víctimas los pueblos oprimidos y me pregunto: ¿será acaso ésta otra democracia careta para el mundo pero descarada para el que sabe de fraudes y mentiras de progreso? ¿Es éste otro país rico con gente pobre, que podría estar mejor y no lo está por culpa de LOS MISMOS DE SIEMPRE?
Quizás, cada bloque de piedra que esos egipcios transportaron, fueron sólo otro ladrillo en la pared…

Un verdadero carnaval de la oferta

Ruido de nuevo. Ya es otro día. Lejos de ver el horizonte infinito del desierto, nos encontramos inmersos en otro mundo atiborrado de fetiches, rarezas y múltiples souvenirs. Al ingresar por la calle del mercado de Khal el Khalili se exacerba el olor a especias y se escucha más fuerte la música árabe y la oración que sale de las radios a la hora de rezar; los turbantes y las túnicas abundan y el acoso de los vendedores aumenta. “150 libras. Esto está hecho con madera y cuero de camello”, me explica el comerciante, en un español clarito para los turistas, mientras intento regatearle el precio de un tambor egipcio llamado “tabla”. “Bueno, 100”. Empiezo a alejarme. “Está bien, 80, último precio amiga”. Me fui. Sigo caminando por las callejuelas entrelazadas y lo que parecía un mercado autóctono de artesanías locales se convierte en algo más parecido al Once, con ofertas de baratijas Made in China o indumentaria truchada de grandes marcas de importación. La suciedad aumenta, los olores turbios también. Los espacios se vuelven más angostos pero la gente aparece de todos lados. Después de transcurrir un largo tramo, y antes de volverme un poco loca entre el agobio de la masa acumulada con la que me choco constantemente y los callejones sin salida que me hacen retroceder varias veces, encuentro una calle alternativa para volver.
Regreso al puesto del tambor luego de haber consultado otros precios y decido pelear un poco más por este maravilloso instrumento que suena a ritual, totalmente pintado a mano con incrustaciones de piedras nacaradas. “65, amiga”, me dice resignado, pero en un último soplo de mi ratez comienzo a tocar el tambor y acompañando el ritmo le canto: “Cincueeenta, cincueeenta” y, quitándome el tambor, él me retruca: “Sesenta y ciiinco, sesenta y ciiinco”. Pero no doy el brazo a torcer y logro llevarme el típico tambor egipcio al increíble precio de ¡tan sólo 50 libras egipcias! Es decir, menos de 40 pesitos argentinos ¡Una joyita!
Tranquila por la victoria, tocando mi tambor, proseguí el resto de mi viaje atravesando desiertos en caravana, cruzando el Nilo en barco y tomando aviones de norte a sur hasta recorrer los principales templos del Antiguo Egipto, hasta colmar mis ojos de magnitud y asombro para que llegue el momento de volver a casa y saber que estuve muy lejos de cualquier parte, perdida en un lugar remoto.

Imágenes paganas

Sentada en un Mc Amigo, haciendo tiempo para ir al aeropuerto, observo una mujer con burka que para poder comer un cono de crema levanta su velo-sin dejar que su rostro se vea- y se lo acerca a la boca. “Ma’ que incómodo”, pienso. Entonces veo que un hombre se acerca hacia mi mesa. “Hola, ¿puedo sentarme con ustedes?”, me dice en español. Reconoció mi acento mientras hablaba con mi acompañante. Se llama Wail y nos cuenta que aprendió a hablar en castellano con el intérprete de Mubarak, que es un catedrático de la universidad y que gana 250 dólares, mientras que un alquiler en El Cairo ronda los 100. Por Wail nos enteramos que Egipto le ganó a Ghana y salió campeón de la copa de África y que el gobierno premió a los jugadores con una suculenta suma de dinero. De paso, nos comenta que, además de los jugadores de fútbol, son los actores, los empresarios y los gobernantes –“los ladrones”, como le gusta llamarlos- los que realmente la levantan en pala. “Acá ya no existe la clase media: o sos pobre o sos rico y son más los que no tienen que los que tienen“. Por lo que me dice este petiso, me llama la atención cómo el pueblo unido por sus carencias no se ha rebelado, pero Wail me explica que no hay manera de organizarse ni de expresarse: “Es que los medios de comunicación están con el gobierno y la oposición está de adorno, y las fuerzas armadas no dejarían que hagamos nada. Si intentás oponerte te inventan algún cargo y te meten preso”. Quizás esto tiene que ver con el caso de Ayman al Nour, fundador del partido Al Ghad, que no pudo presentarse a elecciones presidenciales en 2005 porque fue encarcelado, acusado de corrupción por el gobierno egipcio. Actualmente está en libertad pero le mantienen los cargos, por lo cual es dudoso que se pueda presentar a elecciones como alternativa al hijo de Mubarak, Gamal, en 2011.
Wail no deja de expresar su descontento con la actualidad egipcia y por el brillo de sus profundos ojos color café, percibo que lleva dentro unas ganas locas de sublevarse, pero toda su revolución parece estar contenida por el control religioso-político-económico-cultural.
Ya es hora de irse. Nos saludamos y, mientras camino hacia la salida, veo a la mujer con la burka, que ya había terminado de tomar el helado, con una mancha blanca a la altura de la boca.

Trapita

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